La historia de la supervivencia de los niños indígenas en la Amazonía colombiana se ensombrece a la luz de las violencias que sufre el país.
Por Manuella Libardi y Francesc Badia i Dalmases
Colombia, 17 de junio (Opendemocracy).–“Mi vida de héroe no tiene nada de particular” escribió García Márquez en su famoso reportaje ficcionado “Relato de un náufrago”, que cuenta en primera persona la historia de un marino que estuvo 10 días flotando en el mar Caribe tras un accidente naval que las autoridades militares negaron. La crónica periodística se publicó por entregas en el diario colombiano “El Espectador” en 1955, causó gran escándalo y obligó a su autor a exiliarse.
Casi 70 años después, Lesly, la mayor de los cuatro hermanos que sobrevivieron 40 días perdidos en la selva tras un accidente aéreo, fácilmente podría afirmar que su vida de heroína “no tiene nada de particular”. Su historia no es otra que una historia más de resistencia milagrosa, que conecta con la historia de más de 500 años de supervivencia indígena en la Amazonía y de un entorno violento y despiadado donde las primeras víctimas suelen ser los niños.
El caso tiene todos los ingredientes para convertirse en una exitosa serie de Netflix, pero también tiene sus zonas oscuras e ilustra la cruda realidad sociopolítica de la Colombia de hoy, penetrada por una violencia que no cesa, a pesar de los esfuerzos de los sucesivos gobiernos, la sociedad civil y la cooperación internacional.
En su impresionante despliegue para encontrar a los únicos sobrevivientes de un accidente aéreo entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, el ejército colombiano llegó a estar a 10 metros de los niños de 13, 9, 4 y 1 año de edad. Pero al parecer los hermanos Mucutuy, de la comunidad indígena muinane, se escondían cada vez que escuchaban los helicópteros y las voces de los militares. Les tenían miedo.
El 1 de mayo, Lesly, Soleiny, Tien Noriel y Cristin partieron en una avioneta monomotor con su madre, Magdalena, y el líder indígena Hermán Mendoza Hernández, amigo de la familia, cuando sufrieron el accidente. Magdalena, Hermán y el piloto murieron al estrellarse la avioneta, una vieja CESNA estadounidense reciclada para los precarios vuelos que conectan comunidades en la Amazonía. La familia estaba de camino para reunirse con el marido de Magdalena y padre biológico de dos de los cuatro niños, Manuel Ranoque, quien, según relató, habría huido de la violencia en el sur del país.
Ranoque, que era Gobernador de su comunidad indígena en Puerto Sábalo, en el departamento de Caquetá, afirma que amenazas del Frente Carolina Ramírez, perteneciente a las disidencias de las FARC, lo impulsaron a abandonar su posición como líder social, su comunidad y hasta su familia de la noche a la mañana. Siempre según su versión, después de casi un mes huido, encontró manera de comunicarse con su mujer para decirle que se rencontraran en San José del Guaviare, en la Amazonía colombiana, desde donde se irían juntos a Villavicencio, en los Llanos Orientales, o a Bogotá para empezar una vida nueva.
Ranoque dijo que pensó que había escapado de las presuntas amenazas, pero la atención mediática de la desaparición y hallazgo posterior de sus hijos volvía a poner su vida en riesgo. “El frente Carolina Ramírez me está buscando para matarme,” dijo en entrevista, refiriéndose a una disidencia de las FARC. “Tengo amenazas porque para ellos soy un objetivo”, concluye. En otra entrevista, recogida por el New York Times, Ranoque acclaró: “Yo tenía mucho miedo de que (el frente) reclutara a los niños”, añadiendo que los grupos armados del país “no respetan, ellos son capaces de reclutar un niño de hasta dos años”.
Pero un comunicado del grupo ilegal le sale al paso y desmiente que existieran tales amenazas y que haya reclutamiento de niños, y pide a Ranoque que rectifique sus declaraciones, como así lo hizo el abuelo materno de las niñas. El grupo armado se lo pide para ”NO hacerle daño a este intento de proceso de paz que ya habíamos empezado con el gobierno Nacional.”
La situación es confusa, y la sobreexposición mediática hace que emerjan cuestiones que desmienten el relato heroico inicial y exponen las múltiples aristas de la compleja realidad colombiana. La familia de la madre, además, contradice la versión de Ranoque, reclama ante el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) la custodia de los niños, y habla de presunto abuso sexual y de violencia de género. Ranoque se vio obligado a reconocer que agredió verbalmente y físicamente a Magdalena, aunque matizó, “físicamente muy poco, porque nosotros teníamos más problemas de palabra”.
AUSENCIA DEL ESTADO
Es en este contexto que los hermanos Mucutuy prefirieron esconderse en la selva a dejarse encontrar por las brigadas mixtas de agentes estatales y comunidad indígena. Colombia lidera la lista de homicidios de líderes medioambientales, muchos de ellos indígenas. Esa violencia es el resultado de las décadas de conflicto armado que azota Colombia.
El Acuerdo de Paz del gobierno colombiano con las FARC, el principal grupo armado del país, firmado en 2016, intentó resolver la cuestión, pero con poco éxito debido a la contestación política del Acuerdo, que fue inicialmente rechazado en referéndum y que después de ser reformado, sufrió un gran descrédito por el bajo interés político de implementarlo por parte del gobierno de Iván Duque, que sucedió al de Juan Manuel Santos, artífice del histórico Acuerdo.
Colombia es un país fracturado en dos. La Colombia donde gobierna el Estado y la Colombia donde no. En los territorios en donde no, la ausencia del Estado generó vacíos de poder que fueron ocupados por grandes terratenientes o por grupos ilegales, desde guerrillas como las FARC, el ELN y el EPL, hasta grupos paramilitares y crimen organizado, la mayoría vinculado al narcotráfico. Durante el conflicto armado, que empezó en 1964, el grupo guerrillero de las FARC llegó a dominar el 22% del territorio nacional, y a pesar del Acuerdo vigente, amplias zonas del país siguen fuera del control del Estado.
Los distintos grupos armados ilegales, algunos con supuesta vocación revolucionaria, otros con vocación criminal, tradicionalmente han operado en las zonas más pobres del país, en su mayoría rurales y cerca de las fronteras, donde viven las principales etnias indígenas del país. Al tratarse de territorios remotos y muy mal comunicados, con altos índices de informalidad y falta de inserción económica, esas regiones han sido colonizadas por las economías ilegales, como el cultivo de coca o la minería ilegal, que ofrecía oportunidades para familias rurales sin acceso a las estructuras formales del país.
De esa manera, los grupos ilegales han actuado sobre vastas porciones del territorio colombiano, imponiendo su ley por la fuerza, como autoridades de facto. La débil implementación efectiva del Acuerdo de Paz hizo que la retirada de las FARC de esas regiones dejase un vacío de poder que no fue llenado por el gobierno con las medidas de mitigación previstas, como distribución de tierra, desarrollo rural y sustitución de cultivos ilícitos, sino por los intereses locales, a menudo en manos de grupos criminales de distinto signo.
ESCONDERSE ES SOBREVIVIR
Las comunidades indígenas de la Amazonía colombiana están entre los grupos que más sufrieron las consecuencias del conflicto armado de más de cinco décadas. Y también los que más sufrieron las consecuencias de su retirada repentina tras la firma del acuerdo.
“Las autoridades estatales responsables de la devolución de tierras a menudo las entregan a grandes terratenientes y no a grupos indígenas”, dijo la experta Monika Lauer Perez en entrevista a DW en 2017. “Se podría decir que la injusticia continúa, solo que sin armas”, concluyó.
Poco ha cambiado este panorama en los últimos cinco años, aunque la llegada de Petro y su apuesta por la “paz total” supone un nuevo y arriesgado esfuerzo para pactar el fin de la violencia con los distintos grupos que permanecen en ella. Junto a la gran noticia del hallazgo con vida de los cuatro hermanos en la selva, un Petro muy necesitado de mensajes positivos ante los escándalos recientes anunciaba una tregua de seis meses con el ELN, principal guerrilla activa del país.
Los asesinatos de líderes sociales y medioambientalistas, muchos de ellos indígenas, se han disparado desde la firma del acuerdo en el 2016. En el 2021, un miembro de comunidades indígenas fue asesinado cada cuatro días. Frente a este escenario de violencia, no sorprende que los niños perdidos hayan preferido esconderse y sobrevivir a base de harina de mandioca y frutas antes que entregarse a unos uniformados que quizá quisieran matarlos en vez de rescatarlos.
En cierta manera, hicieron lo que hicieron muchos de sus antepasados durante siglos, cuando vieron colonizados sus territorios y destruidas sus aldeas, que fue resistir y esconderse en lo más profundo de la selva. Al fin y al cabo, la selva es su hábitat natural y ellos forman parte de su ecosistema y saben cómo sobrevivir.
Si al terror que los indígenas han vivido desde que estalló el interminable conflicto armado interno de Colombia, añadimos la insoportable lacra de la violencia de género, desgraciadamente común entre las comunidades indígenas, tenemos un cuadro complejo del porqué los niños se habrían escondido.
El gran García Márquez podría haber descrito este milagro de supervivencia indígena con el trágico envoltorio del realismo mágico que impregna la violenta historia del país. Pero la verdadera “Crónica de unos niños perdidos en la selva” está aún por escribir .